tomado de CRISIS EMOCIONALES, capitulo 5.4
Tantas veces he descubierto algo sin esfuerzo a lo largo de un viaje, que he llegado a la conclusión de que es una buena manera de ordenar las ideas y de verse a sí mismo desde una perspectiva nueva. Por supuesto, no me refiero a viajes organizados donde todo está previsto, rodeado de una pequeña sociedad trasplantada de donde uno viene. Viajar es dejar todo lo familiar y sumergirse durante un tiempo en circunstancias desconocidas. No es llevar la isla de la vida habitual a otro sitio, sino formar parte temporalmente de un sitio que no es el tuyo. Von Keyserling lo dice tan bien, que voy a repetir sus palabras:
El camino más corto para encontrarse a sí mismo da la vuelta al mundo… Quiero anchuras, dilataciones donde mi vida tenga que transformarse por completo para subsistir, donde pensar requiera una radical renovación de los recursos mentales, donde tenga que olvidar mucho de lo que supe y fui….[1]
La vida habitual nos da continuidad y seguridad, pero nos encierra en unas rutinas de las cuales la peor es la pereza mental. Las maravillas que vemos todos los días no nos dicen nada, a lo sumo nos confirman en lo que ya sabemos. En cambio, lo que es un pequeño detalle cotidiano para gentes lejanas, puede abrirnos de repente a ideas que nunca se nos habían ocurrido. Las preguntas importantes son siempre las mismas[2], pero en cada sitio uno encuentra respuestas diferentes.
Cómo viajar:
Llevar una tarea. A mí me ayuda mucho ir a un congreso o a dar una conferencia. Puede servir visitar un museo, los restos de una antigua civilización o investigar algún aspecto interesante de la historia local. Naturalmente, la tarea es sólo una excusa para participar sin darnos cuenta en lo verdaderamente importante: la vida de la gente, cómo son, qué es lo que hacen, cómo viven, cómo se tratan entre ellos, cómo tratan a los extraños. La verdadera finalidad del viaje tiene que estar oculta incluso para uno mismo, porque, si nos fijamos demasiado, corremos el riesgo de corromperla con nuestras expectativas y prejuicios.
No saber nada. Allá donde fueres, haz lo que vieres, dice un refrán. No pienses en tus soluciones, ni mucho menos intentes imponérselas a tus huéspedes. Descubre cómo lo hacen ellos, sigue sus costumbres, respeta sus leyes.
Cruzar la calle en Camboya es una experiencia sorprendente para un europeo. No parece existir ninguna regla especial que regule el tráfico, otra que no colisionar los vehículos ni atropellar a los peatones. La forma de hacerlo es caminar despacio en línea recta, sin variar el ritmo del paso ni hacer quiebros, sin mirar a ningún conductor (puedes ponerlo nervioso), con una fe absoluta en que llegarás al otro lado. Los vehículos mismos te sortean, lo mismo que lo harían con una vaca o con un elefante. Por supuesto, no se te ocurra conducir, a menos que hayas nacido allí.
Respetar. Ninguna consideración de raza, religión, costumbres, posesiones o limpieza vale un pimiento, en comparación con el milagro común de ser humano. Y aplica en todo momento la norma anterior.
Participar. Si no sabes el idioma, empieza por aprender las palabras clave. Ve donde van ellos. Evita a los turistas. Ten cuidado, sin embargo. Después de todo, no eres de allí.
Al volver a casa, siempre me doy cuenta de que veo lo mismo de siempre, pero de otra forma. No he encontrado ningún sitio en el que no haya aprendido algo. Siempre ha habido algo que me ha cambiado, que ha ampliado mi mente y que me ha hecho sentirme más feliz de pertenecer a la especie humana. No son los detalles diferentes los que más influencia han tenido en mi vida, sino las actitudes y los procesos mentales de las personas para las cuales esos detalles son de lo más normal.
Volviendo al tema general de este capítulo, el viaje es una ruptura controlada con lo cotidiano. Durante un tiempo, nos hemos salido de nuestro caldo de cultivo habitual, sin tener que tomar ninguna decisión drástica ni tener que enfrentarnos con nadie. Puede que ahora sepamos valorar mejor si estamos a gusto y calentitos, o si nos estamos cociendo poco a poco.
[1] Hermann von Keyserling. Diario de Viaje de un Filósofo (Madrid, Espasa-Calpe, 1928).
[2] Creo que esas preguntas son tres: cómo estar a gusto consigo mismo, cómo querer y ser querido y cómo crear algo que quede. Cada ser humano tiene que encontrar sus propias respuestas, pero cada cultura ofrece su propio menú de opciones. Claramente, cuantas más culturas conozcas más opciones tienes, a parte de las que a ti se te ocurran.
(c) Luis de Rivera, Crisis Emocionales, capitulo 5.4